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50 años de amor

El 6 de enero, los Reyes Magos me obsequiaron con un regalo muy especial. Mis abuelos paternos celebraron sus bodas de oro y yo tuve la oportunidad de felicitarles en nombre de todos de la mejor manera que sé.

Este es el texto que leí entre lágrimas y temblando. Son las palabras que, además, también hicieron llorar a quienes las escucharon. Fue uno de esos momentos que quedan grabados en la piel y en la memoria, también en la de mi abuelo, aunque ahora sea pequeñita.

Esta historia comienza el 4 de diciembre de 1987, el día que empecé a formar parte de vuestras vidas. De eso hace ya 25 años, la mitad de una historia de amor que hoy seguimos teniendo la suerte de celebrar juntos.
 
Desde muy pequeñita aprendí a identificar que esa señora que me daba unos enormes besos con ruido era mi abuela Juanita. A su lado, un señor de manos suaves me hacía cosquillas, mi abuelo Pedro. Aquellas fueron las primeras muestras de cariño de otras muchas que consiguieron que mi infancia fuese enormemente feliz.
 
¡Aquí kilikiki, con el palo no, con la verga sí! Yo esperaba ansiosa a que la Comparsa de Gigantes y Cabezudos me lanzase caramelos tras el cántico, y ahí estaba mi abuela, colmada de paciencia, para dejar caer los dulces siempre que me daba por entonarlo. Mientras, el abuelo preparaba para mí una piscina de piedras en el río, y después íbamos a jugar entre lechugas, alubias y tomates. Ahora, quizá no lo recuerdas abuelo, pero me encantaba ir a la huerta contigo.
 
Recuerdo con cariño el piso de la calle Río Irati desde donde veía asomada en el balcón el león de Torregrosa, jugaba al escondite en el cuarto del tío Karmelo y me tragaba con Jaione todas las mañanas, antes de ir al cole, la peli del Rey León. Después llegaron las partidas de cartas, el santo que tocaba la guitarra en el retablo de la iglesia de Ochagavía, las excursiones a la Selva de Irati, a la virgen de las Nieves o a la pasarela de Holtzarte. También, el camino para coger agua de la fuente del Boticario que para mi era toda una aventura. Fue entonces cuando empecé a saber responder a la pregunta que todo el mundo me hacía: – “¿Y tú de quién eres?” – “Soy la nieta de la Juanita de Pistolo y de Pedro el de la Visitación”. Si decía de casa Ibaialde, nadie me entendía. Hubo épocas en las que el abuelo se puso pachuchillo y creía que no iba a asistir a mi comunión, pero aquí estamos, yo en edad casadera y él al pie del cañón.
 
Como veis, abuelos, tengo muchos recuerdos atesorados en mi corazón. Cada uno de ellos forma parte de lo que ahora soy: de ti, abuelo, heredé la fuerza y la valentía de un buen pastor. Y de ti, abuela, aprendí a entregarme a los demás con cariño y humildad. Gracias por estos 25 años y enhorabuena por vuestros 50. Estoy muy orgullosa de ser vuestra nieta.
Imagen | Charcodelocos

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